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Juan Carlos Rodríguez
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Imaginarios

GALERÍA CRUCE, 17 MAYO - 13 JUNIO 05

Imaginarios es el cuarto y último contenido de La Mano Piensa, ciclo de exposiciones de dibujo que celebra la galería CRUCE desde enero de 2004.
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El artista invitado es Juan Carlos Rodríguez.
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EUGENIO CASTRO

Teníamos noticias de la dislocación llevada a cabo por parte de Juan Carlos Rodríguez sobre la "normalidad" del hombre. Realizaba esta sugerencia el pintor mediante la imposibilidad del ser humano de equilibrarse ni siquiera cuando obedece a una voluntad de invertir esa normalidad con tal de "comenzar de nuevo", aunque sea boca abajo. De ahí esas pinturas que nos mostraban al hombre erguido sobre dos manos y tratando de cruzar muros, obstáculos que terminaban por dividirle, rompiendo una vez más la posibilidad de equilibrar su "normalidad". Y sin embargo, ¿no era justamente esa aspiración la que le llevaba a "normalizar" el equilibrio perseguido? Sea como sea, Juan Carlos Rodríguez nos alentaba a entrever en esos ejercicios la generación, conceptualizada, de un imaginario particular considerablemente asentado. Imaginario como ámbito de ilusión que ponga en movimiento todos los mecanismos de la ilusión. Y, a su vez, como puesta en crisis de todo estado verosímil y lógico con que la razón práctica e instrumental extiende sus dominios y eleva su penitenciaría.
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Los dibujos que ahora nos regala (complementados con otros procedimientos como el collage y la pintura) acentúan esa constante de nuestro artista, llevándola a una expresión más concreta, paradójicamente más verosímil (¿no es la infancia la vida más exacta del hombre -la verdadera vida no ausente- antes de hacerse adulto, cuando la vida tiende a volverse fantasmal, dramáticamente ideal?). Con solidez representativa, Juan Carlos Rodríguez nos sitúa delante de ese espacio imaginario donde la vida se va construyendo. Y lo hace sin recurrir a ninguna fantasía visual, sino vertebrando en la figura del niño el Axis de todo lo que late, lo que es inmanente al principio del mundo.
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Así aparece ese niño, en mitad de un espacio cuya sola presencia domina; apenas "ocupado" por su figura menuda y, no obstante, omnipresente, lo cual se potencia merced al carboncillo empleado por Juan Carlos Rodríguez, que le insufla una gran densidad.
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